lördag 30 december 2023

FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA Y CARLOS PÉREZ SIMANCAS: LOS ORÍGENES DE LA NAVIDAD [ENTREVISTA]

 



(https://diazvillanueva.com/los-origenes-de-la-navidad/)

(https://www.youtube.com/watch?v=3N1ClbxeHU0)

La Navidad es una de las principales celebraciones en el calendario festivo de los países de tradición cristiana. Durante la noche del 24 de diciembre y todo el 25 de diciembre se recuerda el nacimiento de Jesucristo. La historia la conocemos al dedillo, aunque, eso sí, sólo los evangelios de Lucas y Mateo hablan de la Natividad. Nos cuentan que Jesús nació en Belén de la Virgen María. El de Lucas da algo más de información del nacimiento. Cuenta que María y José se desplazaron desde Nazaret hasta Belén para empadronarse en un censo que había ordenado el emperador Octavio Augusto. Allí le sobrevino el parto, “lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada”. Los pastores que velaban por sus rebaños en las cercanías advirtieron el hecho extraordinario que acababa de acontecer porque un ángel se apareció y se lo dijo recordándoles que era el Mesías. Mateo cuenta también la historia de los magos de Oriente que llegaron hasta Belén siguiendo una estrella. Poco después José decidió llevarse el recién nacido a Egipto porque el rey Herodes había ordenado matar a todos los niños de Belén y sus alrededores menores de dos años.

No es mucho más lo que sabemos de la Navidad. Los Evangelios nos informan del lugar y las circunstancias, pero no de la fecha. Por esa razón los cristianos de los primeros siglos celebraban la Navidad, pero no en una fecha fija. No sería hasta el siglo IV, con el cristianismo ya convertido en la religión oficial del imperio romano, cuando se empezó a conmemorar el 25 de diciembre. Los patriarcados orientales, sin embargo, prefirieron llevarse las celebraciones al 6 de enero, fecha de la Epifanía, es decir, de la visita de los magos. No se movería ya de esa horquilla de fechas que en el concilio de Tours del año 567 se bautizaron como los Doce Días de Navidad (del 25 de diciembre al 5 de enero).

Con el paso de los siglos la celebración, que coincidía con el solsticio de invierno y era bien conocida por toda la población europea, se fue consolidando y ganando significado ceremonial y religioso. En el año 800 Carlomagno, el rey de los francos, fue proclamado emperador el día de Navidad, lo que serviría de inspiración a otros muchos reyes cristianos que elegirían esa misma fecha para sus coronaciones. Se asociaba la Navidad a eventos festivos en los que se cantaba, se bebía y se comía más de la cuenta. Durante la Edad Media surgió también la costumbre de hacerse regalos entre familiares y amigos.

La reforma protestante de los siglos XVI y XVII sí trajo algunos cambios. Luteranos y anglicanos no ponían pegas a las celebraciones navideñas, pero sí los calvinistas y las sectas puritanas, cuyos líderes aseguraban que la Navidad era un invento del Papa y una coartada para el bullicio y la diversión desordenada. Algo similar sucedió durante la revolución francesa, cuando la Convención Nacional jacobina prohibió celebrar la Navidad por considerarla una inaceptable herencia del cristianismo. Los católicos respondieron tratando de aumentar la carga religiosa de las ceremonias, pero siguieron defendiendo que algo como el nacimiento de Cristo tenía que celebrarse por todo lo alto.

Ese espíritu es el que se ha mantenido hasta el momento presente, aunque en los siglos XIX y XX se fue secularizando gradualmente. Hoy la Navidad es una fiesta de origen cristiano que incorpora muchos elementos tomados de distintas tradiciones europeas. Sigue habiendo diferencias en la forma de celebrarla, pero existe algo parecido a una Navidad internacional con elementos fácilmente reconocibles por todos.

Pues bien, para tratar este tema tan especial nos acompaña en La ContraHistoria Carlos Pérez Simancas, nuestro querido colaborador gomero que es todo un experto en estos temas.

torsdag 28 december 2023

ANTONIO PIÑERO: GUÍA PARA ENTENDER A PABLO DE TARSO. LA NUEVA INTERPRETACIÓN DEL PENSAMIENTO DE PABLO DE TARSO [CONFERENCIA]

 



Conferencia pública del profesor Antonio Piñero el 10 de marzo del 2016 en Espacio Ronda Madrid sobre la reciente publicación del libro de la Editorial Trotta, 'Guía para entender a Pablo de Tarso'. No está todo dicho sobre Pablo de Tarso a pesar de que desde san Agustín, y principalmente desde Martín Lutero y la Reforma, se hayan escrito centenares de libros sobre él. Ni siquiera queda claro, como se afirma con rotundidad, que Pablo fuera el «segundo fundador del cristianismo» ni tampoco un fariseo estricto como él mismo sostiene en apariencia. Desde 1970 ha surgido una potente y nueva corriente de interpretación de la teología de Pablo, a cuyo frente están sobre todo teólogos evangélicos independientes e historiadores judíos del pensamiento israelita, que pone en cuestión opiniones aparentemente asentadas durante siglos: ¿Puede sostenerse hoy que todo o parte de Pablo ha sido malentendido durante más de quince siglos? ¿Fue el pensamiento de Pablo exclusivamente judío a pesar del entorno de su nacimiento y formación escolar en un mundo griego? ¿Abandonó Pablo la ley judía? O bien ¿se comportó siempre, incluso externamente, como un judío practicante? ¿Es posible defender que paganos y judíos se salvan no por creer en Jesucristo, sino por imitar sus actos de fidelidad? ¿Rompía la posible divinización de Jesús por parte de Pablo el monoteísmo estricto de Israel? Responder claramente a estas y otras cuestiones candentes es el núcleo de esta «Interpretación del pensamiento paulino», escrita en diálogo con el trabajo exegético y la discusión científica más viva y actual. Su método consiste en leer atentamente los textos, aportando una nueva versión de las cartas de Pablo, para entender lo que su autor quiso decir a sus primeros lectores. Antonio Piñero (Chipiona, Cádiz, 1941) es catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid, especializado en lengua y literatura del cristianismo primitivo. Es autor e escritor de numerosas obras en el ámbito del cristianismo y judaísmo. Junto a su prestígio internacional como investigador, destaca su faceta de comunicador, atestiguada por millones de personas. En sus escritos, así como en sus intervenciones en televisión y radio, su determinación, dinamismo, y sobre todo la pasión que transmite, otorgan un fluir único a su mensaje.

Apuntes de la conferencia:

El fundamento básico del cristianismo es Jesús de Nazaret, si bien él no dejó nada escrito, por lo que su figura depende de lo que terceras personas han escrito sobre él. Dentro de estos destaca enormemente la figura de Pablo de Tarso para quien los hechos más fundamentales relacionados con Jesús son su muerte y su resurrección.

No tenemos documento alguno más antiguo que el Nuevo Testamento para saber algo tanto de Jesús de Nazaret como de Pablo de Tarso. Según la tradición catorce de los libros del Nuevo Testamento salieron de la mano de Pablo y los Evangelios son escritos predeterminados por el pensamiento del apóstol. Marcos, por su parte, creó un nuevo género literario que fue seguido por el resto de los evangelistas, si bien son posteriores en el tiempo a las siete cartas auténticas de Pablo. Así pues, la figura de Jesús de Nazaret ha llegado hasta nosotros a través de la interpretación de Pablo.

La figura de Pablo, por su parte, desde el Evangelio de Marcos hasta 1970, ha sido interpretada de una forma muy tradicional, constante y consistente, bajo la influencia de San Agustín [Aurelio Agustín] (s. IV), según la cual se trataría de un judío que abjuraría de la fe judía y que se convertiría al cristianismo. Fruto de esta conversión manifestaría su pensamiento que la muerte de Jesús tendría un efecto redentor que supondría la abolición de la Ley judía, siendo esta substituida por la Ley del Mesías.

A partir de 1970 surge en las filas del protestantismo la idea de que esta interpretación pétrea de veinte siglos podría estar equivocada. Hacia 1965 el profesor danés de la Universidad de Aarhus, Johannes Munck (1904-1975), quien se planteó que a Pablo de Tarso no le interesaba la salvación de los paganos considerados en sí mismos, sino la restauración de Israel; y dentro del Israel restaurado, que efectivamente se salvasen algunos paganos. La restauración de Israel supone el retorno de las diez tribus perdidas tras la conquista del Reino de Israel del Norte por Salmanasar V de Asiria. Los israelitas consideran que en algún momento del futuro tales tribus regresarán a Israel a lomos de águilas lo que coincidirá con la llegada del Mesías y la instauración del Reino Mesiánico, que situará a Israel en el centro del mundo, que conquistará a las naciones de alrededor, pereciendo las que no se conviertan a Yahvé y permaneciendo las demás supeditadas a Israel. Munck cree que examinado el pensamiento judío de Pablo, todos los que se convirtiesen a Yahvé se salvarían, idea esta presente tanto en Jesús como en San Pablo. Pablo trae la idea de que el tiempo mesiánico ha llegado y unos cuantos paganos se incorporarán a Israel, con lo que se cumplirá la profecía hecha a Abraham en el sentido de que sería padre de numerosos pueblos (Génesis 17,5). Por eso a Pablo no le interesa tanto el pagano como tal, sino Israel y se convierte en el apóstol de los gentiles para que sean injertados en el Israel completo integrado tanto por judíos como por gentiles convertidos que admitan al Mesías.

Cinco años más tarde, el obispo luterano de Estocolmo Krister Stendahl  (1921-2008) llegó a la conclusión de que probablemente Martín Lutero se había equivocado interpretando a Pablo de Tarso. Dado que Lutero era un monje agustino no extraña que su pensamiento sea totalmente coherente con el de San Agustín. En este sentido, se piensa que la venida del Mesías instaura su ley [Gálatas 6,2 y Romanos 8, 6 y ss.], y una vez instaurada esta, la Ley de Moisés deviene absolutamente inútil. Según Stendahl, Pablo nunca jamás dijo que un judío que creyera en el Mesías tenía que dejar de ser judío y dejar de observar la Ley de Moisés, lo que en opinión del Dr. Piñero es rigurosamente cierto.

El hecho de que aunque cronológicamente en el tiempo Jesús en anterior a Pablo, en la transmisión Pablo es anteriormente a Jesús (ya que como se dijo antes, Jesús no dejó nada escrito y los escritos más antiguos sobre él son de Pablo), parece lógico dedicarse antes a Pablo de Tarso que a Jesús de Nazaret.

 Los investigadores judíos se dieron cuenta que el camino abierto por Munk y por Stendahl permitía interpretar a Jesús y a Pablo -pese al aborrecimiento de gran parte de los creyentes judíos de ambas figuras- en clave judía y recuperar para el judaísmo sus predicaciones, especialmente las parábolas de Jesús, que cabe considerar la perla de la literatura judía del siglo I. Así, a partir de este momento, entre la crítica científica judía se produce una gran actividad en la interpretación de Pablo de Tarso desde este el punto de vista iniciado por Munk y Stendahl.

De todas formas, a la vista de los textos paulinos es difícil armar una línea argumental sólida, ya que de la lectura de los mismos, lo mismo se desprende la magnificencia de la Ley de Moisés, como su práctica inutilidad, en el sentido que se afirma que únicamente sirve para señalar que somos pecadores, hasta el punto de sumir a la humanidad todavía en más pecado hasta la llegada del Mesías. Ello llevaría a la idea de que el pensamiento de Pablo es incoherente y contradictorio, lo que no parece admisible en un personaje de su altura teológica e intelectual que arrastró a tantos creyentes a su interpretación de tal modo que hoy día, el número de cristianos paulinos rebasa el 99% de los cristianos existentes en la actualidad.

Ello puede explicarse en el hecho que la interpretación tradicional -la anterior a Munk y Stehndal- únicamente tenía en cuenta los pasajes en los que se criticaba la Ley Mosaica ignorando completamente aquellos en que esta se alaba, con lo cual se ha transmitido una imagen completamente distorsionada del pensamiento del apóstol. En Romanos 2, 12, afirma Pablo algo que resulta insólito y clave, que todos los gentiles, presentes, pasados y futuros, conocieran o no al Mesías, en el día del Juicio Final, que es inminente, serán juzgados por la Ley de Moisés (en palabras del Dr. Piñero), a pesar de que estos no la conozcan, ya que la tienen inscrita en sus corazones. 

De ello se desprende que la Ley de Moisés está dividida en dos partes: una universal (válida para judíos y gentiles) y eterna, y otra específica y temporal, únicamente aplicable a los judíos y cuya aplicación a los gentiles desata en Pablo gran ira e indignación. Existen textos rabínicos que afirman la idea de que cuando llegue el Mesías, este cambiará la ley de Moisés si bien no se dice cómo. Llama también la atención que Pablo nunca fue perseguido desde el ámbito judío por causa de sus ideas sobre el Mesías. Lo único que se le imputa al respecto por el judaísmo es su rechazo a la Ley de Moisés. Por eso, si se es capaz de explicar el concepto dual de la Ley que tenía en Pablo, el resto de su pensamiento no ofrece problema alguno al pensamiento judío con lo que se resolvería el núcleo de la dificultad para entenderlo.

Todo ello proporciona una hipótesis explicativa de cómo entiende Pablo la Ley de Moisés que es doble y cambia en la época del Mesías. Hay que precisar que la ciencia histórica y filológica se basa en hipótesis interpretativas que en ningún caso devienen certezas y que son susceptibles de ser variadas por descubrimientos posteriores. En síntesis, la Ley de Moisés no se aplica igual según el Mesías y en tiempo mesiánico, (desde la primera venida de Jesús hasta la parusía -segunda vuelta después de su muerte y resurrección) a un judío convertido al Mesías que a un pagano también convertido al Mesías, que será injertado en Israel por haber creído en el Mesías de Israel. Pablo probablemente debió de pensar, desde un marco de la restauración de Israel, en la triple promesa de Dios a Abraham en el libro del Génesis:  1) que tendría una descendencia numerosa, 2) que esta descendencia recibiría una tierra prometida y 3) que sería padre de numerosos pueblos. De estas tres partes, las dos primeras en tiempos de Pablo de Tarso, se consideraban sobradamente cumplidas, no así la tercera, ya que Abraham era únicamente padre del pueblo de Israel, esto es, de los judíos en sentido amplio.

Por esta razón, Pablo considera que para que llegue el tiempo mesiánico ha de cumplirse la tercera parte de la promesa, por lo que él ha de conseguir un cierto número de paganos que se injerten en Israel mediante su conversión en el Mesías. Por ello se lanza a una intensa carrera para encontrar paganos que crean en Mesías.

A tal efecto se dirige a dos caladeros potenciales, el de los filojudíos y el de los seguidores de religiones mistéricas. Los primeros, llamados temerosos de Dios por las Escrituras, frecuentaban las sinagogas y se sentían atraidos por el sentido ético de los judíos, su integridad y el grado de solidaridad que imperaba entre ellos que les llevaba a ayudar a los más desfavorecidos, especialmente a las viudas y los huérfanos. Sin embargo, no daban el paso definitivo de convertirse al judaísmo por causa de las leyes de pureza ritual y alimentaria y sobre todo, por el rechazo masculino a la circuncisión por considerarla bárbara, dolorosa e hilarante, ya que se hacía en vivo, sin anestesia, que provocaba mutilaciones que, a su vez despertaban la burla de los demás hombres, y el riesgo de infecciones que podían producir la muerte. Ante esta perspectiva, Pablo afirma haber tenido una revelación en el sentido de que también podrán salvarse los paganos que crean en el Mesías sin necesidad de hacerse judíos, ya que son gentiles por lo que no tienen la necesidad de circuncidarse ni observar las prescripciones rituales estrictamente reservadas para los judíos que constituyen la parte más terrible y onerosa de la Ley de Moisés. Por lo tanto, habrá que reunir el número de gentiles necesarios para que se cumpla la tercera profecía hecha por Yahvé a Abraham y se salve Israel, en el sentido de que él sería padre de numerosos pueblos convirtiéndoles a la fe del Mesías, pero continuando siendo gentiles, es decir, sin devenir judíos, lo que frustraría, sin duda el cumplimiento de la citada profecía. Ellos habrán de cumplir únicamente la parte esencial y eterna de la Ley que no es otra que el decálogo, la cual puede sintetizarse con las expresiones Ley del Mesías o Ley del Amor (según San Agustín, Ama y haz lo que quieras). 

Los segundos, seguidores de religiones mistéricas, creían que se salvarían uniéndose espiritualmente a una divinidad que después de haber padecido y muerto, resucitó (Orfeo, Osiris, Alceste). El problema de este tipo de religiones es que eran únicamente aptas para ricos que no habían de trabajar o dedicarse a ulteriores responsabilidades, ya que los ritos iniciáticos eran caros y exigían dedicación absoluta, normalmente en lejanos santuarios, algo únicamente posible para las personas que tenían la vida solucionada. A estos, Pablo de Tarso les ofrece la redención de la mano de Jesús, que es totalmente compatible con el nivel económico, así como con la vida laboral y familiar de cualquier persona. Los rituales de aceptación y de unión con la divinidad, el bautismo con agua y la eucaristía con pan y con vino, respectivamente, están al alcance de cualquier persona.

Según Pablo de Tarso, estos gentiles convertidos se salvarán exactamente igual que los judíos, lo que provocó violento rechazo entre estos últimos. No obstante, los gentiles que crean en Yaveh -mediante la conversión a Jesús- pero no se hagan judíos, únicamente podrán optar a una salvación de segunda categoría. Ellos se incorporarán al Israel restaurado habiendo sustituido la ley carnal de Moisés por la ley espiritual del Mesías, y la circuncisión carnal por la espiritual. Se trata de una oferta insuperable para los gentiles en la cual radica el éxito de Pablo de Tarso hasta nuestros días. Y naturalmente, los judíos, que necesariamente han de observar la ley en su totalidad -normas alimentarias, de pureza ritual y circuncisión inclusive-, optarán a una salvación de primera categoría. En ningún caso han de dejar de observar la totalidad de la Ley Judía (1ª Corintios 7, 17-20); mientras que, por otra parte, los gentiles convertidos no han de convertirse, a su vez, al judaísmo, ya que Dios necesita que se conviertan miembros de todos los pueblos del mundo que simbolicen a todos los pueblos de la tierra, si bien de manera diferenciada de los judíos, que han de mantener su esencia e identidad. Tal es el núcleo de la teología paulina. Por ello Pablo de Tarso nunca dejó de ser judío y cumplió los preceptos de la Ley Judía hasta el final (Romanos 9), en contra del pensamiento judío tradicional que considera al apóstol un traidor a su pueblo.


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