No tenemos
documento alguno más antiguo que el Nuevo Testamento para saber algo tanto de
Jesús de Nazaret como de Pablo de Tarso. Según la tradición catorce de los
libros del Nuevo Testamento salieron de la mano de Pablo y los Evangelios son
escritos predeterminados por el pensamiento del apóstol. Marcos, por su parte,
creó un nuevo género literario que fue seguido por el resto de los
evangelistas, si bien son posteriores en el tiempo a las siete cartas
auténticas de Pablo. Así pues, la figura de Jesús de Nazaret ha llegado hasta
nosotros a través de la interpretación de Pablo.
La figura de
Pablo, por su parte, desde el Evangelio de Marcos hasta 1970, ha sido
interpretada de una forma muy tradicional, constante y consistente, bajo la
influencia de San Agustín [Aurelio Agustín] (s. IV), según la cual se
trataría de un judío que abjuraría de la fe judía y que se convertiría al
cristianismo. Fruto de esta conversión manifestaría su pensamiento que la
muerte de Jesús tendría un efecto redentor que supondría la abolición de la Ley
judía, siendo esta substituida por la Ley del Mesías.
A partir de 1970
surge en las filas del protestantismo la idea de que esta interpretación pétrea de veinte
siglos podría estar equivocada. Hacia 1965 el profesor danés de la Universidad
de Aarhus, Johannes Munck (1904-1975), quien se planteó que a Pablo de
Tarso no le interesaba la salvación de los paganos considerados en sí mismos,
sino la restauración de Israel; y dentro del Israel restaurado, que
efectivamente se salvasen algunos paganos. La restauración de Israel
supone el retorno de las diez tribus perdidas tras la conquista del Reino de
Israel del Norte por Salmanasar V de Asiria. Los israelitas consideran que en
algún momento del futuro tales tribus regresarán a Israel a lomos de águilas lo
que coincidirá con la llegada del Mesías y la instauración del Reino Mesiánico,
que situará a Israel en el centro del mundo, que conquistará a las naciones de
alrededor, pereciendo las que no se conviertan a Yahvé y permaneciendo las
demás supeditadas a Israel. Munck cree que examinado el pensamiento judío de
Pablo, todos los que se convirtiesen a Yahvé se salvarían, idea esta presente
tanto en Jesús como en San Pablo. Pablo trae la idea de que el tiempo mesiánico
ha llegado y unos cuantos paganos se incorporarán a Israel, con lo que se cumplirá la profecía hecha a Abraham en el sentido de que sería padre de numerosos pueblos (Génesis 17,5). Por eso a Pablo no
le interesa tanto el pagano como tal, sino Israel y se convierte en
el apóstol de los gentiles para que sean injertados en el Israel completo
integrado tanto por judíos como por gentiles convertidos que admitan al Mesías.
Cinco años más
tarde, el obispo luterano de Estocolmo Krister Stendahl (1921-2008) llegó a la conclusión de que
probablemente Martín Lutero se había equivocado interpretando a Pablo de Tarso.
Dado que Lutero era un monje agustino no extraña que su pensamiento sea
totalmente coherente con el de San Agustín. En este sentido, se piensa que la
venida del Mesías instaura su ley [Gálatas 6,2 y Romanos 8, 6 y ss.], y una vez
instaurada esta, la Ley de Moisés deviene absolutamente inútil. Según Stendahl,
Pablo nunca jamás dijo que un judío que creyera en el Mesías tenía que dejar de
ser judío y dejar de observar la Ley de Moisés, lo que en opinión del Dr.
Piñero es rigurosamente cierto.
El hecho de que
aunque cronológicamente en el tiempo Jesús en anterior a Pablo, en la
transmisión Pablo es anteriormente a Jesús (ya que como se dijo antes, Jesús no
dejó nada escrito y los escritos más antiguos sobre él son de Pablo), parece
lógico dedicarse antes a Pablo de Tarso que a Jesús de Nazaret.
De todas formas,
a la vista de los textos paulinos es difícil armar una línea argumental sólida,
ya que de la lectura de los mismos, lo mismo se desprende la magnificencia de
la Ley de Moisés, como su práctica inutilidad, en el sentido que se afirma que
únicamente sirve para señalar que somos pecadores, hasta el punto de sumir a la
humanidad todavía en más pecado hasta la llegada del Mesías. Ello llevaría a la
idea de que el pensamiento de Pablo es incoherente y contradictorio, lo que no
parece admisible en un personaje de su altura teológica e intelectual que
arrastró a tantos creyentes a su interpretación de tal modo que hoy día, el número de
cristianos paulinos rebasa el 99% de los cristianos existentes en la
actualidad.
Ello puede
explicarse en el hecho que la interpretación tradicional -la anterior a Munk y
Stehndal- únicamente tenía en cuenta los pasajes en los que se criticaba la Ley
Mosaica ignorando completamente aquellos en que esta se alaba, con lo cual se
ha transmitido una imagen completamente distorsionada del pensamiento del
apóstol. En Romanos 2, 12, afirma Pablo algo que resulta insólito y clave, que
todos los gentiles, presentes, pasados y futuros, conocieran o no al Mesías, en
el día del Juicio Final, que es inminente, serán juzgados por la Ley de Moisés
(en palabras del Dr. Piñero), a pesar de que estos no la conozcan, ya que la
tienen inscrita en sus corazones.
De ello se
desprende que la Ley de Moisés está dividida en dos partes: una universal
(válida para judíos y gentiles) y eterna, y otra específica y temporal,
únicamente aplicable a los judíos y cuya aplicación a los gentiles desata en
Pablo gran ira e indignación. Existen textos rabínicos que afirman la idea de
que cuando llegue el Mesías, este cambiará la ley de Moisés si bien no se dice
cómo. Llama también la atención que Pablo nunca fue perseguido desde el
ámbito judío por causa de sus ideas sobre el Mesías. Lo único que se le imputa
al respecto por el judaísmo es su rechazo a la Ley de Moisés. Por eso, si se es
capaz de explicar el concepto dual de la Ley que tenía en Pablo, el resto de su
pensamiento no ofrece problema alguno al pensamiento judío con lo que se
resolvería el núcleo de la dificultad para entenderlo.
Todo ello
proporciona una hipótesis explicativa de cómo entiende Pablo la Ley de Moisés
que es doble y cambia en la época del Mesías. Hay que precisar que la ciencia
histórica y filológica se basa en hipótesis interpretativas que en ningún caso
devienen certezas y que son susceptibles de ser variadas por descubrimientos
posteriores. En síntesis, la Ley de Moisés no se aplica igual según el
Mesías y en tiempo mesiánico, (desde la primera venida de Jesús hasta la
parusía -segunda vuelta después de su muerte y resurrección) a un judío
convertido al Mesías que a un pagano también convertido al Mesías, que será injertado
en Israel por haber creído en el Mesías de Israel. Pablo probablemente debió de pensar, desde un marco de la restauración de Israel, en la triple
promesa de Dios a Abraham en el libro del Génesis: 1) que tendría una descendencia numerosa, 2)
que esta descendencia recibiría una tierra prometida y 3) que sería padre de
numerosos pueblos. De estas tres partes, las dos primeras en tiempos de Pablo
de Tarso, se consideraban sobradamente cumplidas, no así la tercera, ya que
Abraham era únicamente padre del pueblo de Israel, esto es, de los judíos en
sentido amplio.
Por esta razón,
Pablo considera que para que llegue el tiempo mesiánico ha de cumplirse la tercera
parte de la promesa, por lo que él ha de conseguir un cierto número de paganos
que se injerten en Israel mediante su conversión en el Mesías. Por ello se
lanza a una intensa carrera para encontrar paganos que crean en Mesías.
A tal efecto se dirige a dos caladeros potenciales, el de los filojudíos y el de los seguidores de religiones mistéricas. Los primeros, llamados temerosos de Dios por las Escrituras, frecuentaban las sinagogas y se sentían atraidos por el sentido ético de los judíos, su integridad y el grado de solidaridad que imperaba entre ellos que les llevaba a ayudar a los más desfavorecidos, especialmente a las viudas y los huérfanos. Sin embargo, no daban el paso definitivo de convertirse al judaísmo por causa de las leyes de pureza ritual y alimentaria y sobre todo, por el rechazo masculino a la circuncisión por considerarla bárbara, dolorosa e hilarante, ya que se hacía en vivo, sin anestesia, que provocaba mutilaciones que, a su vez despertaban la burla de los demás hombres, y el riesgo de infecciones que podían producir la muerte. Ante esta perspectiva, Pablo afirma haber tenido una revelación en el sentido de que también podrán salvarse los paganos que crean en el Mesías sin necesidad de hacerse judíos, ya que son gentiles por lo que no tienen la necesidad de circuncidarse ni observar las prescripciones rituales estrictamente reservadas para los judíos que constituyen la parte más terrible y onerosa de la Ley de Moisés. Por lo tanto, habrá que reunir el número de gentiles necesarios para que se cumpla la tercera profecía hecha por Yahvé a Abraham y se salve Israel, en el sentido de que él sería padre de numerosos pueblos convirtiéndoles a la fe del Mesías, pero continuando siendo gentiles, es decir, sin devenir judíos, lo que frustraría, sin duda el cumplimiento de la citada profecía. Ellos habrán de cumplir únicamente la parte esencial y eterna de la Ley que no es otra que el decálogo, la cual puede sintetizarse con las expresiones Ley del Mesías o Ley del Amor (según San Agustín, Ama y haz lo que quieras).
Los segundos, seguidores de religiones mistéricas, creían que se salvarían uniéndose espiritualmente a una divinidad que después de haber padecido y muerto, resucitó (Orfeo, Osiris, Alceste). El problema de este tipo de religiones es que eran únicamente aptas para ricos que no habían de trabajar o dedicarse a ulteriores responsabilidades, ya que los ritos iniciáticos eran caros y exigían dedicación absoluta, normalmente en lejanos santuarios, algo únicamente posible para las personas que tenían la vida solucionada. A estos, Pablo de Tarso les ofrece la redención de la mano de Jesús, que es totalmente compatible con el nivel económico, así como con la vida laboral y familiar de cualquier persona. Los rituales de aceptación y de unión con la divinidad, el bautismo con agua y la eucaristía con pan y con vino, respectivamente, están al alcance de cualquier persona.
Según Pablo de
Tarso, estos gentiles convertidos se salvarán exactamente igual que los judíos,
lo que provocó violento rechazo entre estos últimos. No obstante, los gentiles
que crean en Yaveh -mediante la conversión a Jesús- pero no se hagan judíos, únicamente podrán optar a una salvación
de segunda categoría. Ellos se incorporarán al Israel restaurado habiendo sustituido
la ley carnal de Moisés por la ley espiritual del Mesías, y la
circuncisión carnal por la espiritual. Se trata de una oferta insuperable
para los gentiles en la cual radica el éxito de Pablo de Tarso hasta nuestros
días. Y naturalmente, los judíos, que necesariamente han de observar la ley en
su totalidad -normas alimentarias, de pureza ritual y circuncisión inclusive-,
optarán a una salvación de primera categoría. En ningún caso han de dejar de
observar la totalidad de la Ley Judía (1ª Corintios 7, 17-20); mientras que, por otra parte, los gentiles convertidos no han de convertirse, a su vez, al judaísmo, ya que Dios
necesita que se conviertan miembros de todos los pueblos del mundo que simbolicen
a todos los pueblos de la tierra, si bien de manera diferenciada de los judíos,
que han de mantener su esencia e identidad. Tal es el núcleo de la teología
paulina. Por ello Pablo de Tarso nunca dejó de ser judío y cumplió los
preceptos de la Ley Judía hasta el final (Romanos 9), en contra del pensamiento
judío tradicional que considera al apóstol un traidor a su pueblo.
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